domingo, 11 de marzo de 2012

LA SEDUCCION O LOS ABISMOS SUPERFICIALES



La seducción no es un tema que se oponga a otros, o que resuelva otros. La seducción es lo que seduce y basta.

La seducción aparece en signos vacios, ilegibles, insolubles, arbitrarios, fortuitos, que pasan ligeramente de lado, que modifican el índice de refracción del espacio.

Signos sin sujeto de enunciación ni enunciado, signos puros en tanto no son discursivos ni sustentan un intercambio. Los protagonistas de la seducción no son locutor ni interlocutor, permanecen en una situación dual y antagonista; de la misma manera que los signos de la seducción no significan, sino que son del orden de la elipsis, del cortocircuito, de la agudeza.

LA SEDUCCIÓN SÓLO ES POSIBLE POR ESTE VÉRTIGO DE REVERSIBILIDAD QUE ANULA CUALQUIER PROFUNDIDAD, CUALQUIER OPERACIÓN DE SENTIDO EN PROFUNDIDAD: VÉRTIGO SUPERFICIAL,ABISMO SUPERFICIAL.

Lo mismo ocurre con el deseo en la seducción: no tomar jamás la iniciativa del deseo, así como tampoco la del ataque. El primero en atacar está perdido, el primero en desear está perdido. No oponer nunca su deseo al del otro, sino apuntar al lado, a falta de la apariencia, o también atraparle en su propia trampa. Para la seducción, el deseo no existe. Así como tampoco el azar para el jugador. En el mejor de los casos, es la que permite jugar: una baza. Es lo que debe ser seducido, como el resto, como Dios, como la ley, como la verdad, como el inconsciente, como lo real. Tales cosas sólo existen en el breve instante en que se las desafía a existir, sólo existen por el desafío que les formula precisamente la seducción, que abre ante ellas una sima sublime, a la que acudirán sin cesar a precipitarse, en un último resplandor de realidad. Pensándolo bien, nosotros mismos sólo existimos en el breve instante en que somos seducidos, sea lo que sea lo que nos arrastre: un objeto, una cara, una idea, una palabra, una pasión.

Ahí radica la atracción del cuerpo negro de la seducción. Las cosas parecen seguir su verdad lineal, su línea de verdad, pero encuentran su apogeo en otra parte, en el ciclo de las apariencias. Las cosas pretenden ser rectas, como la luz en un espacio ortogonal, pero todas tienen una curva secreta: la seducción es lo que sigue esta curva, y la acentúa sutilmente hasta que, siguiendo su propio ciclo, alcanzan el abismo superficial en el que se resuelven.

Jean Baudrillard, El otro por sí mismo.

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